Ir al contenido principal

Autoengaño.


"¿Puedo decir que no soy consciente de mi íntimo engaño? –se preguntaba atormentado el protagonista de aquella novela de Van der Meersch.

"La verdad es que cuando reflexiono a fondo, lo advierto. Pero por regla general no reflexiono, me lo prohíbo. Hay algo en mi interior que me prohíbe reflexionar, o que falsea las conclusiones, y me da toda clase de falsas razones, que sé que son falsas, pero las acepto de buena gana."

Todas las personas sufren, con mayor o menor frecuencia, y con mayor o menor profundidad, procesos de autoengaño. Suelen producirse a consecuencia de un deseo intenso que perturba el discurso lógico del pensamiento, forzándole a plegarse a su favor, de modo más o menos consciente.

Lo malo es que el autoengaño tiene la virtualidad (desgraciada) de hacer que quien lo padece se resista a reconocerlo como tal. Y si alguien se lo intenta hacer ver y le pone de manifiesto sus contradicciones, es fácil que –incluso aunque advierta que es cierto lo que le dicen– reaccione negándolo obstinadamente, y esgrima todo tipo de argumentos, incluso con brillantes racionalizaciones destinados a negar la evidencia de sus contradicciones.

La influencia diaria de tantos deseos, solicitaciones y tendencias hace que no sea difícil interpretar mal la realidad y autoengañarse. Por eso, la coherencia personal exige un constante esfuerzo de sinceridad con uno mismo. Es preciso ser sensible –sin caer en extremos patológicos– a esos pensamientos que en nuestro interior denuncian detalles de poca coherencia en nuestra vida, y no dejarse enredar por disculpas y justificaciones que intentan transferir nuestra responsabilidad a otros, a los condicionantes que nos imponen las circunstancias en que vivimos, etc.

El nivel de autoengaño de una persona marca su nivel de coherencia personal.

— Pero se puede ser coherente en el bien o en el mal; y ser coherente en el mal es siempre al fin de cuentas un engaño.

Efectivamente, y por eso el nivel de coherencia personal no es en sí mismo una escala de medida ética. Hay personas que viven con enorme coherencia principios basados en el egoísmo, por ejemplo, y se muestran así con total transparencia y naturalidad, y está claro que esa coherencia no es éticamente buena. Es más, cuanto más coherentes sean con esos principios errados, peor les irá.

— ¿Y dices que en esos casos es recomendable la incoherencia?.

Es más recomendable seguir siendo coherentes pero cambiar los principios por otros mejores. Quiero decir que si hablamos de coherencia en su acepción más profunda, entendida también respecto a lo que es propio de la naturaleza humana, ser coherentes supone combatir seriamente el autoengaño.A veces, por ejemplo, nos engañamos y decimos: no tenía más remedio que actuar así; pero, en el fondo, sabemos que no es cierto. Además, si nos acostumbramos a engañarnos, detrás de cada mentira (incluso cuando a veces parecen producir un cierto sentimiento de liberación) acumulamos un peso, casi imperceptible, que poco a poco lastra de desasosiego interior toda la marcha de nuestra existencia.

— ¿Y crees que es fácil engañarse a uno mismo?.

Parece que sí, pues el hombre tiende a creerse fácilmente aquello que halaga su comodidad o su conveniencia. De todas formas, tanto la voz de la conciencia como la crítica o el buen consejo de los demás hacen una permanente labor de vuelta a la realidad.

Para ser coherente y no sucumbir a las tonterías del autoengaño, es importante tomar conciencia de la fuerza liberadora de la verdad. El hombre recto e íntegro puede vivir sin avergonzarse, está libre del esfuerzo estresante y agotador del disimulo, se ahorra el miedo a ser desenmascarado de su fraude, tiene más fuerza a la hora de esgrimir sus argumentos y mantiene más fácilmente su estabilidad emocional: son personas que disfrutan más de la vida y de un modo más pleno.

Alfonso Aguiló.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Ayúdame a mirar...

“Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad del mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando al fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió al padre: "¡Ayúdame a mirar!" ( Eduardo Galeano.) La petición del niño ante la sorpresa azul del inmenso mar es la más bella expresión de lo que hombres y mujeres podemos hacer unos por otros en la búsqueda permanente que marca nuestra existencia. ¡Ayúdame a mirar! Tú no puedes mirar por mí, no puedes obligarme a mirar, no puedes hacer que yo vea lo que tú ves, no puedes forzarme, no puedes prestarme tus ojos, tus ideas, tu experiencia. Pero puedes ayudarme. Ya me has ayudado con llevarme al sur, con atravesar la arena conmigo, con pone

Dicen que antes de entrar en el mar...

“Dicen que antes de entrar en el mar, EL RIO tiembla de miedo... mira para atrás, para todo el día recorrido, para las cumbres y las montañas, para el largo y sinuoso camino que atravesó entre selvas y pueblos, y vé hacia adelante un océano tan extenso, que entrar en él es nada más que desaparecer para siempre. Pero no existe otra manera. El río no puede volver. Nadie puede volver. Volver es imposible en la existencia. El río precisa arriesgarse y entrar al océano. Solamente al entrar en él, el miedo desaparecerá, porque apenas en ese momento, sabrá que no se trata de desaparecer en él, sino volverse océano.” Khalil Gilbran.

Decir lo que se siente...

Decir lo que se siente exactamente como se siente. Claramente, si es claro, oscuramente si es oscuro; confusamente si es confuso. Fernando Pessoa.